Salpicada de arena,
como una gota de plata profunda,
titileo mi voz creando naufragios de peces
para la próxima estación del agua:
Muérete conmigo, murmuré
y en tu cama, sorbo a verso,
atestiguamos el avenir de la carne y la poesía.
Tú me guiaste con la brújula encendida,
de la vida en plena vida,
hacia mi propio cuerpo.
Floté boca arriba cuando,
desnudo y para siempre,
te sumergiste bajo el agua.
Se fue diluyendo la madrugada.
Brotó de tus labios y de tus párpados
una estela de instantes bendecidos:
milagro en forma líquida como pleamar
originado justo ahí.
Y después de fecundarnos, nos morimos.
Todo el naufragio de octubre se paró de pronto,
misericordia del tiempo:
Otoño
Sin usarme
Sin yo misma
Consagrada
a los temblores cardinales
engendrados en el nudo de tu boca.
Y cuando,
cobijada por tus ojos
me declaré vencida,
tu voz rondaba por los pasillos
como si hubiera llegado,
sin aviso,
el nuevo atardecer.