jueves, 11 de marzo de 2010
VIII / Mezzoforte amurallado
Algunos días después
la noche se instaló
en la peana de mi vida.
(A sorbos me absorbe el miedo)
Antes de la oscuridad, terminó el poema
con insolentes y desnudas señales de humo.
Permitimos que las manos agonizaran agazapadas
como ciegos ríos.
Quemamos la tinta de verso de los mapas
sin que marcaran el punto y el instante
donde acampaba,
ingenua,
la contraseña del abrazo.
El silencio prolongado,
síntoma inequívoco y recíproco
de desesperadas revelaciones,
se alió con las flores del desayuno
para asesinar a los signos
de la comunicación perecedera.
¿Qué bebida hechicera bautizó tu lengua de luna inalcanzable?
Lanzamos al viento
el presagio de encontrarnos,
pero la aventura prometida de perdernos
nos sepultó bajo el riesgo de amanecer,
por todos los días, en todos nuestros silogismos.
¿Qué motín de la inconsciencia me impide
dibujar el cuento que encendiste en mi cabeza?
Después de tanto callarnos,
no destruyas con la voz
la única bienvenida que me queda
cuando te arropo,
antes de dormir,
libre en mi memoria.
Detrás de la pisada, en tu guitarra,
persiste en el tiempo
un olor nauseabundo a piedad,
un árbitro de arena,
tal vez
una esperanza.