NUESTRO CIRCO IMAGINARIO

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Estoy más convencida que nunca que la vida es vivir. No es una cosa, es un proceso. No hay otra forma de conocerla más que viviendo, estando vivo, fluyendo, discurriendo con ella. La vida no me está esperando en ninguna parte; me está sucediendo. No se encuentra en el futuro como una meta que he de alcanzar; está aquí y ahora, en este mismo momento: en mi respiración, en la circulación de mi sangre. Cualquier cosa que yo sea, es mi vida y soy yo…

La oscuridad también es buena y también es divina. Y confío en que esta danza paciente, hará que me encuentre con una mañana en que la felicidad surja en mi corazón, y lo hará desde una fuente desconocida, y que esa fuente desconocida será la existencia misma: confronto mi vida para encontrarla.

Gloria.

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jueves, 11 de marzo de 2010

Amor al diccionario

Para muchos niños de su clase la manía de Maricarmen era típica de una matadita. Y es que a Maricarmen le gustaba leer el diccionario. Pero no era un diccionario cualquiera: se trataba del Diccionario Ilustrísimo Universal de la Real Academia de todos los Diccionarios, que era, por obvias razones, la mejor colección de palabras del mundo.

Aunque el libro era muy grande y pesado, lo llevaba consigo siempre que podía. Le gustaba aprovechar su tiempo libre para sumergirse en aquel océano de letras: en el patio, en la cafetería, por la noche antes de acostarse, justo después del baño, antes de morder el pan tostado, cuando iba de excursión, entre salto y salto de cuerda.

El caso era que, a pesar de lo que sus compañeros pensaban, Maricarmen no se pasaba horas leyendo el enorme libro. Un diccionario, como todos sabemos, no se puede leer como un libro. Aunque tiene capítulos −cada letra es uno−, un principio (la A) y un final (la X); a pesar de que tiene personajes (todos ya muertos), acontecimientos (hechos históricos) y toda clase de descripciones, no puede considerarse igual que una novela.

Lo que Maricarmen hacía era abrirlo en cualquier página y leer una palabra al azar… Era una pescadora de palabras, si es que se puede inventar esa profesión. Y cuando pescaba no tenía prisa. Esperaba pacientemente a que picara la presa. Ella paseaba el anzuelo de su mirada por las páginas, leyendo palabras, a veces sólo grupos de letras, a veces trozos de definiciones, hasta que pasaba. Y lo que pasaba es que una palabra le llamaba la atención más que las demás y la pescaba (todavía no estaba segura si ella era la pescadora o el pescado). Con la palabra ya en sus manos, cerraba el diccionario y sus ojos se iluminaban para alumbrar mejor cada una de las letras que tenía. Esas palabras eran un baúl lleno de tesoros, la punta de un iceberg, la gota que colma el vaso, una inspiración.

En vez de comer el fruto de la pesca, Maricarmen danzaba con las palabras. No las memorizaba, como hacían otros niños cuando querían aprender algo, sino que las soltaba al aire y miraba dónde se posaban. Cuando una palabra era muy rara le costaba mucho descansar sobre algo. Por ejemplo, la palabra introvertido tardó mucho en caer sobre los cabellos negros de su compañero Carlitos. Había otras, en cambio, a las que no les costaba nada encontrar un lugar y podían hacerlo muchas veces a lo largo del día: conflicto, risa, estúpido. Algunas de ellas volaban a su alrededor durante días o meses, jugando con su deseo de entenderlas, hasta que por fin la sorprendían una mañana, cuando, por ejemplo, caían del cielo los ansiados copos de nieve.

El milagro consistía en que las palabras no dejaban de danzar una vez que Maricarmen las había aprehendido. Por el contrario, crecían y se transformaban, y la llevaban a otras palabras que la empujaban a nuevas aventuras y descubrimientos.

Naturalmente, esta costumbre hizo que creciera muy deprisa y se hiciera muy inteligente, pero no se convirtió en una niña aburrida. Los niños la seguían a todas partes porque con ella siempre sucedían cosas. De pronto, lo desconocido se hacía conocido y todos los exploradores encontraban su Livingstone. Lo que nadie sabía es que el diccionario contenía un buen número de palabras mágicas e iniciáticas. Palabras que una vez puestas a bailar se posaban sobre cosas nunca vistas ni experimentadas, sobre misterios nunca revelados que se desvelaban por primera vez. sexo, muerte, odio, locura, crisis. Cuando palabras como éstas aparecían en el diccionario de Maricarmen, no se posaban hasta que ella no estuviera preparada para entenderlas del todo. Entonces sí encontraban su sitio y solían representar un montón de cambios en su vida.

Por suerte, Maricarmen, la pescadora de palabras, posee una palabra muy bien posada desde hace mucho tiempo. Fue uno de sus primeros trofeos cuando abrió el diccionario por la letra A. Amor es la palabra, y suele revolotear alrededor de ella para posarse caprichosamente, a veces en silencio, otras a gritos, sobre todas las cosas que le gustan, como por ejemplo este cuento.

Para Maricarmen, mi Hermana Toficiana, a pesar del soberbio final.