jueves, 11 de marzo de 2010
Vania
Tenía una de esas profesiones que la Seguridad Social no contempla. A cambio, el Universo le pagaba, con creces pero en especias (el amor, la fortuna, la vida, que son especias caras y cada vez más demandadas). Era, con todo, un trabajo aparentemente simple. Su oficina era una colina de hierba larga cerca del mar que a pocos metros se enredaba con la arena. Sentada con los brazos alrededor de las rodillas miraba el cielo sin intenciones, permitiendo a las nubes que fueran lo que les daba la gana sin imponerles ninguna fantasía propia.
Pero he aquí que algunas veces una tormenta arreciaba, las nubes se apretujaban y no era difícil imaginar que estaban muy enfadadas. Cualquier otra persona se habría alejado corriendo de la playa, pero ella era una soñadora profesional. Su trabajo consistía en cerrar los ojos y dejarse llevar dentro de la tormenta. Entonces dormía y se ponía, simplemente, a soñar. En sus sueños la tormenta siempre descargaba contra el mar toda la ira que llevaba, y el mar llevaba la ira a la playa, y en la playa la ira era espuma que la arena amorosamente desmenuzaba.
Cuando por fin abría los ojos, la tormenta ya se había liberado y la playa moteada dejaba que el mar, poco a poco, se llevara de nuevo el agua al agua.
Por fin llegó la calma, decían los primeros paseantes de la costa cuando salía el sol. Y aquella joven…, decían al verla sentada a lo lejos. Siempre parece que está en las nubes. ¡Cualquier día de estos una tormenta la arrastrará!.
No lo creo, decía una viejecita que la conocía bien. Las tormentas solo la buscan para que las ame con todo el alma.
Para Vania, mi Hermana Toficiana, a pesar, gracias a y en contra de todo…
Pero he aquí que algunas veces una tormenta arreciaba, las nubes se apretujaban y no era difícil imaginar que estaban muy enfadadas. Cualquier otra persona se habría alejado corriendo de la playa, pero ella era una soñadora profesional. Su trabajo consistía en cerrar los ojos y dejarse llevar dentro de la tormenta. Entonces dormía y se ponía, simplemente, a soñar. En sus sueños la tormenta siempre descargaba contra el mar toda la ira que llevaba, y el mar llevaba la ira a la playa, y en la playa la ira era espuma que la arena amorosamente desmenuzaba.
Cuando por fin abría los ojos, la tormenta ya se había liberado y la playa moteada dejaba que el mar, poco a poco, se llevara de nuevo el agua al agua.
Por fin llegó la calma, decían los primeros paseantes de la costa cuando salía el sol. Y aquella joven…, decían al verla sentada a lo lejos. Siempre parece que está en las nubes. ¡Cualquier día de estos una tormenta la arrastrará!.
No lo creo, decía una viejecita que la conocía bien. Las tormentas solo la buscan para que las ame con todo el alma.
Para Vania, mi Hermana Toficiana, a pesar, gracias a y en contra de todo…