Cuando
“No puedo evitarlo. Yo amo. Como si de una maldición se tratara, yo amo. De mí sale el amor como tañidos de campana. No hay ventanas que pueda cerrar, ni válvulas. No tengo forma de detener este río que de mí se vierte. Me ofenden y amo. Me insultan y amo. Me han retorcido el brazo y herido pero no observo cambios: amo. Cuando no amo la hermosa compañía, amo su rostro dañado, su herida, el dolor que carga. Yo amo. Estoy sujeta a un verbo ya conjugado. A veces creo que, por fin, estoy a punto de vaciarme. Ya no más compasión intempestiva, ya no más mejillas después de mejillas. Por instantes creo alcanzar la paz muerta de quien no hace nada por sí mismo: Yo.
Pero sólo es una fugaz ilusión. Escribo esta nota y cuento nada más con dos palabras: Yo y Amo. Yo/amo. Sólo puedo hacer la lectura más lenta, pero no menos clara. No me dolería si no me doliera. No me cansaría si no me cansara. ¿Cómo se amansa esta entrega? ¿Cómo descansar mi amor exhausto? Descubro que no puedo cambiar mis palabras, pero sí puedo moverlas a mi antojo y voluntad: Amo Yo.
De pronto, todo el río vuelve a la montaña.”
Y es que hacía muy poco que había dejado de ser Confusión. En su adolescencia algunos lunares salados habían teñido sus ojos negros; pero, a pesar de ello, su mirada brotaba con tanta fuerza que era capaz de arrastrar las penas a los lados y construía un lecho de deliciosas sonrisas para sus amigos. Más joven aún, cuando era Ilusión, tocaba los objetos con los dedos animándolos y convirtiendo los huesos en carnes y las letras egoístas en palabras celestiales…
Y es que antes fue feto maltrecho,
y antes una variación subatómica,
y antes un ente sufriente que vagaba en busca de un propósito y que, de pronto, recordando sus existencias pasadas, se dijo:
¡Ya lo tengo: en la próxima vida seré Esperanza!
Para Fer, mi Hermana Toficiana, con el amor del parentesco de la sangre y del alma.