jueves, 11 de marzo de 2010
X / Confesión a capella
Yo nací sin piel como las frutas mondadas,
sentí sobre mi carne hasta el cabello del viento.
Descubrí la raíz de la ausencia
y el color exacto del remordimiento.
¿Has oído hablar de lagunas en el cerebro?
Las hay inmóviles como los hielos del Ártico,
de silencios líquidos y tibias como el Limbo,
donde ocurren naufragios pequeños
como los de barquitos de papel.
En mi sangre, por instantes, es de noche:
Mis frenéticos glóbulos se erizan,
rompen sus cadenas, e inventan ritmos de fósforo.
Pero su danza es viuda.
Los huesos se me ajan como espigas marchitas
y la vejez de adentro tiene arrugas que duelen.
El temblor es natural: comienza el deshielo.
Mis recuerdos liberan sus papalotes
y mis brazos vienen a mi encuentro.
Me pierdo en un puñado de luciérnagas
que pululan sordas en un enjambre siniestro.
El delirio es un regalo de dioses:
concibo al sol y me muero del espanto
de pensar que nunca naceré.
En el mundo de afuera todo cambia.
Le da viruela al vidrio y los niños se empañan.
Perdóname.
Aquí estoy, para nosotros.
Sólo necesito averiguar a dónde va el aire,
vacío de sueños, que sale por mi boca.