Silencio,
Silencio mío,
Ahora es que puedo juntar, en el pecho, las manos. Sucumbir a la sordina amorosa del prójimo. Recorrer por coordenadas tu sobrenombre. Apurar el tiempo para buscarme el alma (y encontrarla). Salpicar gotas de cristal multicolor sobre tus manos. Besar nuestros ideales ya besados. Flotar en la constelación láctea de mis emociones y, finalmente, hablar con Dios de nuestra vida, esta vida que es un hábito que pasea acólito por el privilegio temporal de nuestro cuerpo.