PRELUDIO
El augurio impalpable de encontrarte
se cincela entre las huellas de mis manos
como una premonición repentina y dolorosa
que irrumpe en la celebración de mi soledad.
Tu esbozo,
tu boceto amado,
aparece otra vez sin llegar del todo,
a contrapelo,
sin hablar a señas (como el destino).
Y en esta noche,
como en todas las otras noches
en que te adivino,
comienza la afónica plegaria de
esperarte sin llamarte,
llamarte sin nombrarte,
nombrarte sin tocarte,
tocarte sin tenerte,
y quererte…
¡Vaya! Simplemente quererte.
Y FUGA
(NAUFRAGADA)
Llegó el momento,
sabor a postre de manzana,
de conocer y reconocer
tu voz acompasada.
La mitad de un beso en la despedida
con nada más que la sonrisa a cuestas.
El impulso primitivo al mirarte
fue rajarme, tratar de resbalar sin rastro,
mudarme a una párvula trinchera.
Escapar. No.
Cortar los olivos. No.
Mejor salir a la calle, desarmar las maletas,
confesarlo todo, rasgar la puerta,
cerrar los ojos para reinventarme
(contigo) el mundo como un ciego.