NUESTRO CIRCO IMAGINARIO

sidereazul@hotmail.com


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Estoy más convencida que nunca que la vida es vivir. No es una cosa, es un proceso. No hay otra forma de conocerla más que viviendo, estando vivo, fluyendo, discurriendo con ella. La vida no me está esperando en ninguna parte; me está sucediendo. No se encuentra en el futuro como una meta que he de alcanzar; está aquí y ahora, en este mismo momento: en mi respiración, en la circulación de mi sangre. Cualquier cosa que yo sea, es mi vida y soy yo…

La oscuridad también es buena y también es divina. Y confío en que esta danza paciente, hará que me encuentre con una mañana en que la felicidad surja en mi corazón, y lo hará desde una fuente desconocida, y que esa fuente desconocida será la existencia misma: confronto mi vida para encontrarla.

Gloria.

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viernes, 12 de marzo de 2010

¿Por qué tuvo que ser Stand-up Comedy?



“Cualquiera que se tome demasiado en serio
corre el riesgo de parecer ridículo.
No ocurre lo mismo con quien
siempre es capaz de reírse de sí mismo”.
Václav Havel


Comienzo a sospechar que una imperante necesidad no resuelta de agradar a mis padres me ha empujado a sumergirme en la ciénaga del Stand-up Comedy, variante de la comedia que se ha incorporado en nuestra cultura como la técnica del monólogo cómico y que consiste en realizar un acto humorístico, en tiempo real, sobre un despoblado escenario, normalmente nocturno, dentro de algún bar o café.

Esta actividad me permite confesar sin pena aunque con mucha gloria, que mi modus vivendi consiste, contra cualquier pronóstico, en hablar sola.

La complicidad que surge con el público, amado y temido, se convierte en un elemento integral de la rutina. Los comediantes estamos a merced de la audiencia -por más que los imaginemos desnudos- porque nos revelan, sin miramientos, cuál es la reacción inmediata de nuestro intento por arrancarles la risa. Aunque existen algunos accesorios interpretativos que pueden asistir al actor (música, baile, creación de personajes alternativos, utilería, etc.), deben funcionar como soporte de mínima distracción que refuercen la palabra o le den veracidad al discurso, pero que nunca nos exentarán de decir algo inteligente y, como si no fuera suficiente reto, gracioso.

El nombre de esta lúdica lapidación escénica deriva de la expresión inglesa we stand up (nos ponemos de pie) y hace referencia no sólo a la disposición física del actor, sino al pronunciamiento de una postura personalísima que intenta ridiculizar, a través de una sucesión rítmica de remates hilarantes que se desprenden de nuestra egótica visión del mundo, todas aquellas situaciones humanas con las que cualquiera pueda sentirse plenamente identificado. Es así que los hacedores de Stand-up Comedy adquirimos el compromiso de explotar el lenguaje y la gestualidad (únicas herramientas con que contamos para demoler la cuarta pared que en el teatro convencional nos protegería de la improvisación o el diálogo directo con el público) con el alter-ego como único coprotagonista.

¿La parte divertida? Que todo surge a partir de uno mismo, convirtiéndose en el foro ideal de cualquier megalómano con tendencias timoratas; para todo aquel narcisista de clóset que no ha logrado declarase abiertamente como el centro del universo y que tiene algo qué decir respecto al suceder el mundo.

Cuentan que los orígenes de este género de comedia se hunden en el siglo XIX, durante la época de la Fiebre del Oro en el oeste de los Estados Unidos, y que surgió como respuesta al aburrimiento de los colonos norteamericanos, clientes frecuentes de los SALOON, que pretendían pasar el rato entre trago y trago de whisky de la casa. Dos siglos después nos cambiaron las puertitas abatibles de madera por un pequeño escenario y los duelos a muerte ocurren, ya no entre cowboys, sino entre el ello, el yo y el superyó de cada standupero.

Así es cómo, con una sobredosis de cinismo, me enfrento a la soledad del micrófono en pedestal (fantaseando con la pared de ladrillo rojo que le de respaldo a mi rutina o detenga, en su caso, la acometida de tomates imaginarios que crearán un espléndido cuadro abstracto a mis espaldas) y hago gala de la afición que tengo de hacerme trizas frente a losotrosdeallá, que me miran con ojos expectantes, estimulando el natural talento –no sé si genético– de burlarme de mí misma con el mínimo de recursos escénicos y sin disfraz o atrezzo que aminore el trancazo.